18 Ene ¿Es la espiritualidad una alternativa a la tecnología portátil?
Actualmente estamos entrando en una etapa en la que la tecnología puede proporcionar el estimulante para cambiar nuestro estado de ánimo, algo que, según el director general de Wearables.com, Luis Rincon, la gente está buscando hoy en día. Más de una vez tuve que ver si no estaba leyendo algo de The Onion.
«Thync, una compañía emergente ubicada en Bay Area, en la ciudad de Los Gatos, lanzó públicamente un dispositivo la semana pasada que envía electricidad a los nervios del usuario para alterar su estado de ánimo y mental», informa el más que creíble San Jose Mercury News.
«El usuario tiene dos opciones: volverse más tranquilo o más motivado. El estímulo que altera el estado de ánimo se proporciona a través de una pieza que se lleva en la cabeza conectada con Bluetooth, una cinta atada al cuello o detrás de la oreja para estimular los nervios que salen directamente del cerebro y mediante un teléfono inteligente. Deje su esterilla de yoga o Red Bull en casa».
¿De verdad? Solo en Silicon Valley.
De la región una vez definida por el «estímulo que altera el humor» de las drogas psicodélicas llega el equivalente de alta tecnología supuestamente más seguro que combina los dos extremos en el estado de ánimo, euforia y relajación.
«¿La gente está buscando algún tipo de estimulante para alterar su estado mental? Inequívocamente, sí», dice Luis Rincon, cofundador y director general de Wearables.com, un sitio de investigación y evaluación, en un artículo para Mercury News. «Así que definitivamente hay un apetito entre los consumidores para esto, y este ha sido el caso durante milenios. Lo nuevo es que ahora estamos entrando en una fase en la que la tecnología puede proporcionar ese estimulante».
Aquí está el problema. Por muy hábil que pudiera ser este o cualquier otro dispositivo de «tecnología portátil» en decirnos cómo nos sentimos basándose en la temperatura corporal, la química o incluso en nuestras expresiones faciales, nunca será capaz de descifrar el origen, la calidad o veracidad de los pensamientos que subyacen en estos sentimientos.
Imagínese que las palmas sudorosas y los latidos del corazón que experimenté momentos antes de pedirle a mi esposa que se casara conmigo se truncaran por un simple fracaso por mi parte a la hora de apagar mi iPhone. Puedo imaginarme bien su respuesta: “Vaya, jamás en un millón de años pensaría que recibiría una propuesta de matrimonio con tanta, mmm… compostura”.
Bromas aparte, por no ejercer nuestra capacidad innata para hacer frente a los altibajos de la vida sin el uso de esos estimulantes externos y artificiales, bien podríamos perjudicar nuestra inclinación natural para protegernos de los efectos potencialmente debilitantes de lo que es, sin duda, una condición mental.
¿Cuál es la alternativa?
Más de dos mil años antes de que el término «teléfono inteligente» entrara en escena, al profeta Jeremías se le ocurrió la idea de que cuando se trata de mantener nuestra vida en equilibrio, no son los pensamientos que supuestamente transmitimos desde y hacia nosotros mismos los que importan tanto como los pensamientos que Dios, la Mente del universo, nos transmite. «Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor», dice el Antiguo Testamento, «pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis».
Mary Baker Eddy lleva este pensamiento un paso más allá uniendo a la representación de la comunicación divina de Jeremías a la manera en que percibimos nuestro bienestar mental y físico. “La anatomía, cuando se la concibe espiritualmente, forma el autoconocimiento mental, y consiste en la disección de los pensamientos para descubrir su calidad, cantidad y origen», escribe en Ciencia y salud con Llave de las Escrituras. “¿Son los pensamientos divinos o humanos? Esa es la pregunta importante».
De hecho, dedicar unos momentos a lo largo del día para considerar la naturaleza de nuestros pensamientos, aceptando los espiritualmente edificantes y rechazando aquellos cargados de miedo, puede marcar una diferencia enorme e inmediata. También esto nos libera para ser más auténticos en nuestras interacciones, en nuestra capacidad para mantener un sentido de estabilidad más duradero.
Y pensar que todo esto podría llevarse a cabo sin el uso de wifi.
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